La rutina está compuesta de hechos banales, escenas triviales que acaban siendo almacenadas en el trastero de la memoria. Infravaloramos el día a día por ser aburrido, poco entretenido. En cambio, es curioso con qué habilidad logra el séptimo arte romantizar la monotonía. Transforma la realidad, embruja al espectador y lo introduce en una fantasía. No es magia. Tiene truco. Se trata del poder de la música. Mediante una simple melodía se conectan elementos que pasan desapercibidos. Intensifica cada gesto, cada tontería, hasta que tenga sentido. La música mata los silencios de la vida y hace que todo vuelva a tener armonía, y por eso debemos darle las gracias, aunque solamente sea por embellecer un poco nuestra realidad.