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¿OÍR? Bien. ¿ESCUCHAR? Mucho mejor.

Nos pasamos el día oyendo música, con y si letra, en el metro, en los bares, en las tiendas, en los estadios, a través de potentes altavoces, como música ambiental, o a través de nuestros propios auriculares, sin parar, sin descanso al oído. A la vez, tenemos acceso a cualquier tipo de música a través de mil portales de audio o de video en plataformas como YouTube, Spotify, Play music, etc. que nos surten de material audiovisual en cantidades que nunca nos hubiésemos imaginado hace relativamente poco tiempo.


Todo un arsenal de material musical, fuera de contexto, y que sirve fundamentalmente para entretener, para evadirnos, para acompañar lo cotidiano. Podemos pasar de un funk a un preludio para piano, para pasar por un bolero y terminar en una sinfonía orquestal.


Sin embargo, eso que oímos no nos emociona. Esta forma de consumo nos oculta la verdadera faceta de que la música provoque nuestros sentidos, nos haga interiorizar las diferentes reacciones que provoca en nosotros y ello es por que no la “escuchamos”.


Oír no es escuchar, porque esto último, que nos va a llevar a otra dimensión mental, necesita solo de un pequeño ingrediente: un poco de concentración, y que, por un momento, aunque sea breve, nuestra atención esté fija en la escucha de ese fragmento musical que podamos elegir, entre los millones de temas en circulación, hoy en día, sin otras distracciones o actividades paralelas.


Ese momento de escucha concentrada nos va a trasladar a un mundo de sensaciones donde además de reconocer o extrañarnos de sonidos en los que no habíamos reparado, nos para el tiempo real, cotidiano, y nos sumerge en el tempo de la música. La que el autor de la misma quiso trasladarnos para que la reinterpretemos. Cada vez que ese momento de parada de nuestras vidas lo dediquemos a la “escucha” de la música, la post escucha nos hará relativizar nuestra forma de medir el tiempo, nos hará revivir momentos incrustados en nuestra memoria.


Solo les propongo que como pequeño ejercicio escuchemos una vez por semana cualquier tema musical a nuestra elección y que no tiene que ser largo precisamente. Eso si, música instrumental para que el lenguaje no nos distraiga, y nos dejemos llevar, con o sin ojos cerrados a través de ese tiempo musical. Que descubramos el violín que canta, el contrabajo que nos arropa, la flauta que juguetea como los pájaros, el acordeón que nos transmite su nostalgia, la percusión que nos hace sentirnos vivos…….y que provoca y nos hace sentir diferente nuestra mente, o nuestra alma, como quieran llamarlo.


Hagan la prueba y ya me dirán si existe diferencia entre oír o escuchar. Y si les agrada, repítanlo a menudo. Suerte.




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